¡Ayyy, Bogotá! Cuanto te quiero
Esteban Jaramillo Osorio
La nevera inundada y yo, claustrofóbico, con mi carro por cárcel durante 13 horas, en una celda pequeña de dos metros por dos y medio, sin sanitario, sin cama, con los pies recogidos. Todo empezó cuando de repente se ensombreció Bogotá como preámbulo del desastre. Cayeron torrentes de agua, con rayos, centellas y hasta novios, como decían mis abuelas, en inclemente aguacero que inundó la ciudad hasta bloquearla. Se desbordaron los humedales y reinó el caos. Miles de vehículos, quedaron represados en la vía, con afectaciones a los viajeros que llegaban y salían de la ciudad, muchos de ellos impacientes y arrebatados. Como al mal tiempo buena cara, siempre lo he pregonado, mientras proliferaban las noticias poco halagadoras, me recreé en YouTube, escuché
audios de pensadores famosos, me deleité con melodías de artistas del pasado, vi futbol, repasé jugadas, chateé con amigos, escuché transmisiones radiales y hasta humor tuve, reproduciendo memes, como terapia de choque frente a las circunstancias. Me preocupé por los niños sin cobijo sin el amor de sus padres, hambrientos al lado de los maestros, bloqueados también en la inmóvil caravana. Así fueron pasando las horas,tanlargas,tan interminables, porla lentituddelreloj que por momentosacongojaba,mientras el poder con sus voceros daba explicaciones tan dramáticas como dudosas. Pensé en Bogotá, en todo lo que me ha dado. Metrópolis del mundo con sus inagotables oportunidades y recursos. Ciudad de embrujo, apasionante, frenética. Pero, a la vez, estresante y absorbente. En su inseguridad, su estrés diario, su intolerancia, la agresividad, la delincuencia indiscriminada y los bloqueos vehiculares. Aquí aterricé hace décadas con una mano atrás y otra adelante, procedente de mi Manizales del alma, buscando una mejor vida. La conseguí. Por ello mi gratitud eterna y la comprensión de sus problemas. Con esto saldo mi deuda. Estuve anoche y al amanecer de hoy en esta loca aventura tratando de llegar a mi casa. Lo logré por la vía Cota-Siberia, cuando ya el alba se asomaba. Comprendí de nuevo, que, en la adversidad, la actitud. Que al mal tiempo buena cara. Que los momentos buenos y malos se viven con intensidad. Aquí estoy tecleando, sin resentimiento, sin diatribas, sin señalar responsables. Pensando que lo que pasó fue poco o nada. Un tropezón de la vida ya superado. Como dijo Celia Cruz: “las penas se van cantando”.