Petro y Trump: locura y poder
Juan Manuel Ospina
¿En el fondo se parecen? ¿En qué? No es en lo que dicen, piensan o buscan, es en que son profundamente ideológicos y autoritarios, lanzando ideas y órdenes sin argumentarlas o sustentarlas; simplemente porque sí, porque lo quiero, como niños caprichosos que arman el berrinche. No consultan ni discuten, ordenan y nadie sabe hasta donde quieren o pueden ir. Hay sí, una diferencia, pues Trump es un ejecutivo, entre lo que dice y hace no hay espacio de duda; Petro por su parte, es un desastre como ejecutor. Por eso Trump es más peligroso no solo por su poder, sino porque de manera efectiva, no solo discursiva, tiene manejo y control del país más poderoso de la tierra; su poder es casi absoluto, luego de su barrida electoral en la pasada campaña, tiene las manos libres y la capacidad para gobernar a su amaño con su compinchería con un grupo de los superbillonarios del mundo, con Elon Musk a la cabeza, que coinciden en sus intereses y cierran filas con él, hasta la complicidad. Divide el mundo, como sucede con los autoritarios, entre sus amigos, los mega capitalistas norteamericanos, políticamente halcones como les dicen en Estados Unidos, y sus enemigos, que mete en un mismo saco, calificándolos de izquierdistas a secas, y por consiguiente, enemigos de los Estados Unidos y de su capitalismo sin leyes ni límites.
La realidad de Petro es completamente distinta, pero no sus ínfulas. Se identifica con Trump, en su creencia de ser profetas que transformaran un mundo decadente, sin otra herramienta que un discurso de catástrofe, de fin del mundo, pero que, gracias a ellos renacerá fuerte y al servicio de todos. El discurso de Trump, increíblemente simplista y efectivo, ataca las limitaciones impuestas al desarrollo del capitalismo por las cortapisas que le impone el Estado, con sus regulaciones y controles. Su propuesta, un capitalismo y un orden internacional, organizados bajo las banderas libertarias. Está por verse hasta dónde llegará con su revolución libertaria; mientras tanto para muchos, acrecienta la zozobra y la incertidumbre que reina en el mundo. Las ínfulas de Petro compiten con las de Trump, en su papel autoasumido, no de cabeza del poder ejecutivo colombiano, sino el de un predicador que le habla al mundo, no solo a Colombia, sobre los peligros que amenazan la continuidad de la vida en el planeta; elocuente y vano. Mientras tanto la crisis nacional avanza incontenible, en medio de un horizonte borrascoso.
Son seres caprichosos y autoritarios, consideran que sus caprichos son ley. A su lado solo admiten a incondicionales – es lo que diga el jefe… -. Por ello no tienen un proyecto estructurado y compartido con su gente; no hay equipo de gobierno, solo incondicionales. Con una pequeña diferencia respecto a Petro y es que Trump tiene un poder presidencial real y lo ejerce de una manera que recuerda a Chávez en sus primeros años. Él no se queda simplemente cazando peleas que terminan en simples bravuconadas, como sucede permanentemente con nuestro verborrágico Presidente.
En este escenario, hay una pregunta sin respuesta, ¿cómo queda Colombia? En el país hay conciencia de la necesidad de cambios profundos. Petro ganó porque mandó un mensaje de cambio; tuvo un arranque promisorio, pero pateó la mesa, echó para atrás y se encajonó en su pasado de guerrillero del M19. Se desconectó del tiempo presente, entregándose a discursos y posiciones desfasadas y anacrónicas, sumido en la nostalgia de la revolución que no fue, mientras que la realidad, con sus desafíos y posibilidades, pasa ante su mirada, congelada en el tiempo, mientras que su gobierno y el país se derrumban por su inacción caótica, atareado en buscar responsables de lo que estamos viviendo, al asumir la posición de la víctima incomprendida, dispuesto a inmolarse.