El barrilete…
Fue, es, y será Maradona un personaje, dentro y fuera de las canchas, con su vida errática, prepotente, avasalladora o genial. Hombre pequeño de dimensión gigantesca que con los pies se hizo dios terrenal y con la lengua un terremoto provocador y trasgresor. Ídolo de multitudes, dueño de maravillosas e inolvidables fiestas futboleras, celebradas con noches de locura y degeneración.
Su presencia, en cualquier lugar del mundo, causa conmoción. Nunca pasa inadvertido: odiado o admirado, con delirio o con desprecio.
Ganador con el balón, como siempre lo fue. Como en el mundial de Japón, cuando juvenil ya rompía las fuentes de su fútbol exquisito; o en México, en conducción impecable de su selección hacia el título mundial; o, en Italia 90, donde su tobillo destrozado a patadas, por rivales impotentes, fue secuela de una guerra, en el subtítulo de su país.
Me temblaron las piernas cuando en el 86, yo, osado periodista, me plante frente a su cara, hora y media, en inolvidable dialogo futbolero. ¡Qué personaje¡ Vale decir que, con el tiempo, la cinta se borró y su mente se confundió. En su reciente pasado estaban ya sus cualificadas exhibiciones técnicas en Boca, Barcelona y Nápoles, hasta convertirse en el mejor a nivel orbital. No me quiero detener en los claroscuros de su carrera, ni en los episodios de su vida paralela, llena de escándalos y libertinaje. Prefiero mantener vivos sus recuerdos con la pelota, la que siempre dominó, con un impecable currículo de competencia como jugador activo, en el que rozó la perfección. Maradona único, así sea como instrumento político bien remunerado, predicando la paz de un país ajeno, la que en su interior nunca encontró. Con su incontinencia al hablar, su corazón fatigado, su pecho a punto de explotar, con su andar cansino por su exceso de peso y una cojera disimulada, sus amores con escándalo, u ofreciendo sus servicios como entrenador sin cartel. Como futbolista fue genial., nunca ejemplar.