A Natalia hay que mirarla con los ojos del alma
Ayer estuvimos en el lanzamiento del libro de Natalia Ponce de León.
Estábamos invitados por Natalia, y el Hospital Simón Bolívar hacía presencia allí con sus directivos, el personal de cirujanos que hicieron parte de su recuperación y este servidor.
Fue un acto serio y sencillo como estos que realiza siempre, con ese mismo protocolo, la Casa Editorial El Tiempo.
Todo estaba bien organizado. Todos los medios allí apostados en la parte anterior al escenario principal; listos a fusilar con imágenes al invitado principal, que no era Roberto Pombo, director de EL TIEMPO, ni Jineth Bedoya, subeditora del mismo diario, ni Salud Hernández, ni mucho menos Martha Elvira Soto Franco, periodista y editora de la Unidad Investigativa de EL TIEMPO, quien reconstruyó el itinerario de Natalia desde el momento mismo del ataque hasta hoy.
El personaje era Natalia Ponce de León, quien llegó caminando firme y segura; con un atuendo elegante, y ayudando a cubrir su rostro de las miradas curiosas: una pava y una máscara de policarbonato que hace parte del proceso de rehabilitación.
Natalia, con voz fuerte, aceptó que las cámaras, los medios y tantos ojos encima la hacían sentir nerviosa, y sin quebrantos en su voz habló de su proceso, de todo lo que la hizo fuerte ante la adversidad: sus padres, hermanos, primos y esa otra familia que encontró en la Unidad de Quemados del Hospital Simón Bolívar.
Recordó al curioso auditorio que en el “Simón”, y durante un año, le han practicado 15 cirugías de reconstrucción y que faltan varias para volver a ver su rostro completo. Por eso, afirmó, aun no lo muestra completamente.
Y es aquí donde quiero hacer una reflexión, en especial para mis colegas, los periodistas. Noté la mirada morbosa en sus lentes y en la forma como querían la imagen. Esa mascara era un mensaje para todos: Natalia nos quería decir que a pesar de la adversidad ella seguía adelante en su proyecto de vida y que no la miraran al rostro, que los lentes de todos los que estaban allí presentes (cámaras de video, de fotografía, celulares y ojos curiosos) se enfocaran en su corazón y su alma de guerrera. Quería decirnos con su traje que mejor la escucharan y que no la morbosearan más con esa mirada típica del curioso, que en su mente amarilla se pregunta: «Muéstrenos a ver cómo quedó su rostro».
Debo reconocer que a pesar de que llevaba mi cámara fotográfica y la de mi celular, no me atreví a apuntar hacia su rostro por el respeto a una mujer valiente.
Y Natalia resumió todo esto en su frase: «Lo más importante es curar el alma».
Y esa es la reflexión para todos los colegas: A Natalia hay que mirarla con los ojos del alma y preguntarle a su corazón que la hace tan fuerte.
Por: Norberto Patarroyo L.
Periodista Hospital Simón Bolívar E.S.E.