martes julio 16 de 2024

Necesito poco, y lo poco que necesito, lo necesito poco

01 enero, 2014 Opinión Marcos Jara

Marcos Jara

Por marcos jara*

Frente a las grandes dosis de radicalismo puro, de intolerancia, de exclusión, impuestas por el nuevo inquisidor de esta historia violenta e injusta de la cual somos protagonistas los colombianos, me propuse, -inspirado por mi amigo Arturo Uscategui- reflexionar acerca de lo que somos y de lo que necesitamos para cumplir nuestra misión aquí donde estamos.

Encontré en esa exploración espiritual, un texto tan bello como su autora, DOLORES CASO, que interpreta fielmente mis emociones y sentimientos en el marco de esta Navidad próxima, la cual nos trae nuevas promesas de felicidad pero que no nos deja disfrutar la carga de egoísmo, violencia, y exclusión a las que  nos someten periódicamente  personajes tan funestos como Ordóñez, Pastrana, Uribe.los miembros de las FARC, los corruptos y tantos otros dirigentes que hacen parte de la  canasta de desgracias nacionales .I

Potencialmente somos grandes, buenos, generosos, hemos recibido multitud de bendiciones    representadas en riquezas del subsuelo, nuestros deportistas hechos a pulso, trajeron este     año  inmensas alegrías a nuestros corazones, más de cien mil familias colombianas recibieron     viviendas gratis, a muchos otros el gobierno de Juan Manuel Santos restituyó sus tierras que     les habían arrebatado a sangre y fuego los ejércitos particulares  del  paramilitarismo puro, organizaciones criminales inspiradas en la dirección estratégica de un      expresidente sediento de venganza y cargado de odio, motivadas también por el sectarismo      ideológico y religioso del famoso quemador de libros hoy procurador general de la nación. 

Retomando mi propósito, mi reflexión va en silencio ,leyendo lentamente para compartir  con ustedes este texto  de la escritora y periodista española, DOLORES CASO, pues con su mensaje he entendido que       para ser feliz, NECESITO POCO,Y LO POCO QUE NECESITO, LO NECESITO POCO,:

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas… (para mí fue durante el año 2012).  O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

 Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad.

Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera.

Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

 Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

 Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor (y de mis hij@s y nieto) y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.

 Con todo, o con nada eso somos     

 * Periodista, consultor en estrategia empresarial.

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