A VUELAPLUMA
Abrí por internet algunos diarios colombianos para nutrirme de temas que sustenten esta columna periodística y me causó inmenso placer encontrarme con un colega que aligerará el compromiso que adquirí conmigo mismo y con mis nueve o diez lectores semanales, que los tengo bien identificados : mi mujer, mi hermana, mis cuatro hijos , tres compañeros de bachillerato, jubilados como yo, que me leen para vaciarme y un amigo con quien juego golf y me distrae en la ejecución del swing con comentarios a los que se siente obligado, inteligentes , pero inoportunos por demás.
Y es que tengo afán de salir de tal enguande – el de escribir la columna, que entre otras, es de balde – por cuanto me voy de puente , debo preparar maletas y empacar los poemas de Roy Barrera y las memorias del ex gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, libros recomendados para alcanzar el sueño antes de que empiecen los vallenatos de la cabaña de enseguida, en uno de los balnearios de Mariquita. Como puede ver, a nosotros los de la clase media, Dr. Santos, no nos alcanzan los ingresos para ir a Cartagena o a la cercana Anapoima. Enguande, es embeleco y embeleco es un asunto inútil, un capricho, para que me entiendan mis hijas Paula y Carolina. Para Mariquita, no se preocupen; llevo el mosquitero y los untos para que no me pique el mosquito transmisor del chicungunya.
Les confieso que iba directo a enterarme de las propuestas para convocar el bodrio de una Constituyente, en las que coinciden el Fiscal Montealegre, el ex Presidente y Senador Alvaro Uribe y Timochenko e Iván Márquez y exprimirme la molleja y la sesera para abordar tan espeluznante y trascendental tema. Pero, como lo expresé arriba, sin antes de arreglar el morral no se concentra nadie. Entonces abrí el diario La Patria de Manizales y me topé con la columna de Oscar Domínguez, a quien no tengo el gusto de conocer pero que leo imparajitablemente por la donosura y el estilo que maneja y ¡ eureka !, encontré que trataba sobre gastronomía paisa, sobre «las migas», que es lo que me acaban de servir al desayuno. Y me dije: voy a robármele a Domínguez algo de su plato, y pues vean, ya voy como en la mitad de la columna.
Y miren la curiosidad. Como vamos de viaje y recordaba mi mujer aquello de que hay que desayunar trancado porque uno no sabe si va a almorzar, me llenó el plato de las tales «migas», igualiticas a las de la fórmula de Doña Genoveva Giraldo, la señora madre de Domínguez: arepas viejas, de antier o trasantier, con huevos revueltos y cebolla. En Anserma de Caldas, mi pueblo, donde transcurrió mi infancia, comí las mejores migas, porque eran hechas con huevos que sabían a gloria, de gallinas cubanas, unas plumíferas como enanitas. Huevo con arroz, arroz con huevo, carne en polvo con arroz y el arroz masacotudo también están dentro de mis preferencias proustianas , mi muy leído Oscar Domínguez. Pero se le olvidó la sopa de arroz con carne en polvo y trocitos o tajadas de plátano maduro, todo revuelto en el mismo plato. Y el arroz con sardina y limón, que tantas veces sacó de embrollos a nuestros padres en épocas de vacas flacas, que fueron casi todas. ¡ Ah!. En lo del arroz, se me olvidaba el calentao. Arroz con fríjoles de ayer, para comer al desayuno del otro día, con pedacitos ( se le pegan a uno los diminutivos uribistas ) de » garra » y de chicharrón. O sea, el calentao paisa. Con el que no he podido es con el calentao rolo o bogotano : eso de arroz con pasta, con papas a la juliana, con alverjas, con lentejas, con carne y sin chicharrón, precedido de changua, no va conmigo. Agrego: el mejor calentao paisa que se come por estos lados es » Donde Ottavio «, una fonda caminera que hay a mano izquierda, bajando, en la carretera Bogotá- La Mesa, a una media hora del peaje de Mondoñedo. Lo puede pedir con huevo encima, con carne frita o chicharrón y con arepas redondas. Y chocolate.
Y término, no sin antes darle mis gracias a Domínguez por el préstamo del tema. A lo de las papas rellenas si no le jalo. Prefiero una carnuda empanada o una papa salada con un huevo cocinado, duro, y una Coca Cola, aunque sea dietética. Es la salvación cuando uno se vara en una carretera terciaria , de esas polvorientas y agrietadas a las que aún no ha llegado la mano milagrosa de Vargas Lleras y el derrumbe le envolata ( colombianismo ) a uno el almuerzo. Y me voy, porque el taxi está en la puerta para llevarme al terminal a coger el Expreso Bolivariano para Mariquita.