miércoles diciembre 18 de 2024

A VUELAPLUMA El tango es para oirlo

30 junio, 2015 Música, Opinión
Augusto León Restrepo Ramírez
” Lo triste es así…”. Peter Altenberg

PorAugusto León Restrepo 

Prosas y más prosas sobre el tango , por fortuna, han sido derramadas por estos días con ocasión de los 80 años de la desaparición física de Carlos Gardel en Medellín , el 24 de junio de 1935. La historia del accidente ya está trillada, pero habrá que aprovechar para echar nuestro cuarto a espadas, con algunas inquietudes que, deshilvanadas, se me han venido a la sesera. Y que algunas veces, no siempre, las he lanzado en las ya lejanas noches de bohemia cuando con amigos del alma, nos hemos convocado para entristecernos. El tango es desamor,  desolación, despecho, al que le sigue el bolero pero en forma más delicuescente. Al amor, cuando me ha llegado o se ha ido, siempre lo he acompañado con un tango, con un bolero. O con una salsa de Juanchito. El tango es para oirlo. El bolero para enternecerse y la salsa para bailarse.  He bailado el tango en Los Faroles de Manizales. Bolero en el Club de Mito, en  Anserma, mi pueblo. Y salsa en El Timbalero. Manizales.

Pero siempre he oido tangos.  Y a Gardel.  Esta tarde fría bogotana, de lunes que parece domingo por ser “festivo “, escribo con  Cuesta Abajo de fondo : ” Ahora, cuesta abajo en mi rodada, las ilusiones pasadas yo no las puedo arrancar. Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá “. Y al ver garuar frente a mi ventana recuerdo a mi amigo de La Patria, que se fue de temprano de la vida, Rodrigo Ramírez Cardona, quien me definió la tristeza como nadie : ” La tristeza es Manizales, un domingo a las cinco de la tarde, con lluvia, solo,  y un tango al fondo”. Los ojos se me encharcan.  Yo no estoy triste. No tengo por qué estarlo. Pero lo triste es así. Peter Altenberg escribió esta frase que le sirvió de epígrafe al Maestro Valencia,  para su decadente poema ” Los Camellos “.

Hay dos claves en lo anterior. Oir tangos es una. Cuando comencé con el tango, en mis años mozos, se oía el tango. No se bailaba. O mejor , se bailaba en los amaneceres y en el barrio. En las zonas de tolerancia de los pueblos paisas, con muchachas de la vida alegre, danzarinas intuitivas en firuletes y cabezas altas, con cuellos estirados, como si fueran cisnes en trance de volar. Los hombres engominados las manejaban con sus manos puestas en sus cinturas, que a la leve señal en su piel descubierta ondulaban obedientes para donde indicaba la pareja. Siempre hay en el tango el machismo direccional del varón. Pero de lo que se trataba era de identificar los sentimientos con las letras parafraseadas de los cantantes gauchos. Y de identificarse con sus tragedias de abandono , de huérfanos y traiciones, de madres o de hijos muertos. En las plazas de mercado , sábados y domingos, por las calles reales de nuestras aldeas , el rosario de tangos se desgranaba a todo volumen. Con esa lobreguez nos levantamos y el tango nos regresa a nuestras raices. Oíamos, entendiéndolo sin entender, porque un idioma extraño, el lunfardo, circulaba por las letras enredadas del canto sureño.

Nos identficamos desde la cuna con la tristeza. Es la segunda clave. En alguna ocasión, el poeta Ovidio Rincón Peláez, me lanzó al desgaire su teoría de por qué a los interioranos, a los andinos de las breñas paisas nos apasiona el tango. Me gustó su explicación y me quedé con ella. Resulta ser que nosotros somos tímidos y siempre nos ha costado expresar nuestras congojas y nuestras penas. Y escogimos para interpretarlas  al tango como vena conductora. Para poder llorar por algún motivo – los hombres no deben llorar, dijeron como Zeus tonantes nuestros padres y nuestros abuelos-  había que echarle la culpa de nuestras lágrimas a las letras lastimeras y dramáticas del tango , que por  lo regular, afloraban al octavo aguardiente o a la quinta cerveza. Por eso, salvo en el barrio, jamás se bailó el tango en los salones ni en los aspiracionales clubes pueblerinos. Además, por que su coreografía no correspondía a la tiesura de cintura de nuestros montañeros  cuya agilidad solo era vistosa con el azadón y con el machete.

Nada que ver el imperio del tango en  la montaña con que  Gardel haya muerto incinerado en un accidente de aviación en Medellín, cuando su avión chocó contra otra nave que tenía como nombre ” Manizales”, en asombrosa coincidencia. Entre 1917 que canta Mi noche triste hasta su deceso, en 1.935, el tango se oía y se lloraba en las tiendas y cantinas camineras y de barriada popular. Nuestras prostitutas, como Malena , cantaban el tango con voz de sombra cuando se ponían tristes con el alcohol. Y repetían una vez mas en las  vitrolas ( victrolas ? ) de las cantinas y burdeles las extrañas letras  que llegaban en los discos  sellados en Buenos Aires, de bambucos y pasillos fiesteros, pero que por el envés traían grabaciones del señor tango con las que identificábamos nuestras penas y desolaciones. Cuando tallan los recuerdos es una evocadora melodía, muy apropiada para lo de hoy. Tallan, porque muchos de los amigos con quienes nos citábamos a entristecernos, ya no están. Los que nos quedan, y ellos saben quienes son, compañeros de lunas y de versos, si leen estas notas escritas a vuelapluma, no contengan la saudade ni la lágrima. Pongan a sonar a Gardel  y entonen  sus quejas y sus canciones. Y emborráchense  bien, pa’ no pensar. ¡ A la salud de ustedes !. Va el primero….

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