Los últimos escritos de José Chalarca
Por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
_ El escritor caldense José Chalarca falleció el pasado 29 de septiembre en Bogotá, pocos días después de autorizar la reproducción en la revista “Desarrollo Indoamericano” de algunos textos de su último libro publicado: El Biblionavegante.
No imaginamos entonces que esa era la despedida definitiva, cuando él nos entregó asimismo los datos sobre su hoja de vida para la siguiente nota de presentación de la revista, en cuya próxima edición publicaremos los textos que más adelante reproducimos como homenaje póstumo al gran narrador, filósofo, pintor, ensayista y, sobre todo, amigo, cuyas palabras finales, en su lecho de muerte, seguiremos escuchando con el cariño, la gratitud y la admiración de siempre.
¡Adiós, apreciado e inolvidable amigo!
Presentación
José Chalarca fue uno de los mejores ensayistas literarios del país en las últimas décadas. Así lo confirman no sólo sus numerosos lectores y los propios expertos sino, sobre todo, sus ensayos, recogidos en tres libros anteriores: “Sobre el oficio de preguntar”, “La escritura como pasión” y “Marguerite Yourcenar o la profundidad”, una obra magistral.
De hecho, tenía las condiciones necesarias del gran ensayista, las mismas que destacaba en “La vocación del ensayo”, escrito con el que “Desarrollo Indoamericano” abrió la sección de Ensayos en la pasada edición. Sí, poseía una vasta formación académica, intelectual, a partir de sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas; su erudición, con dominio en diversos campos (literatura, historia, arte, cultura, etc.), estaba acompañada por una visión crítica, muy personal, según consta en los textos que ahora publicamos, y su brillante manejo del lenguaje, de las palabras, de la magia del verbo, que es también lo característico de un buen escritor.
No por cosa distinta, además, llegó a ser Director de Publicaciones, durante casi dos décadas, de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, donde dejó una variada muestra bibliográfica como Editor de la prestigiosa Revista Cafetera y autor de otros tantos libros: Enciclopedia del Desarrollo Colombiano (volumen 3), Vida y hechos del café en Colombia, El café en la vida colombiana, El café: Relato ilustrado de una pasión, Colombia: Café y paisaje, Pedro Uribe Mejía o el liderazgo y Jaime Restrepo Mejía, caballero del café.
Fue Director de la Revista Siglo XX, profesor universitario y pintor, vinculado a tendencias vanguardistas de la pintura colombiana (junto a David Manzur y Leonel Góngora, por ejemplo), con un estilo figurativo que expresa igualmente, como lo hace a través del lenguaje escrito, su mundo interior.
Como cuentista, publicó varios libros: Color de hormiga (publicado en la Biblioteca Popular de Colcultura), El contador de cuentos y Las muertes de Caín.
De su último libro de ensayos: “El Biblionavegante”, cuyo título lo define por lo que él fue en su larga vida como navegante de los libros, viajando a cada momento entre sus páginas y dejando aquí y allá sus reflexiones filosóficas como fruto de continuas lecturas, presentamos una pequeña muestra de este gran ensayista colombiano.
Otro golpe a la cultura
“Parece que a nadie le importa hoy ningún tipo de lectura que apunte al cultivo de su intelecto. Y ese ambiente, esa posición, se fomenta y acrecienta por la empresa del futuro: la publicidad. Los diarios del país han ido suspendiendo, uno tras otro, la publicación de suplementos literarios e incrementando en su lugar la aparición de revistas de farándula, donde el lector apático de ahora encuentra chismes de actores, notículas intrascendentes sobre temas superfluos y sobre todo mensajes publicitarios que intentan por todos los medios crear la necesidad de lo superfluo.
Malos tiempos nos esperan. El hombre inculto, sin mundo interior, desespiritualizado, insensible, sin capacidad para percibir y gozar de la belleza en cualquiera de sus formas y manifestaciones, está a un paso de la animalidad. No tiene ninguna defensa, ningún recurso que le permita enfrentar con lucidez los problemas que le plantea la existencia y terminará entonces por destruirse en un arrebato incontrolable de la violencia que empieza a desbordarlo.”
¿Qué pasará con la lectura?
“Nada contribuye más y mejor al conocimiento del hombre, de su quehacer, de su historia, de su esencia, de su razón de ser, de su destino final, que la lectura de lo que ha logrado producir en todos los campos de acción de la cultura. Nada, creo, puede remplazarla.
Me preocupa mucho el auge de la comunicación audiovisual. Las últimas generaciones, de los años cincuenta a esta fecha, se han criado bajo la dictadura de la televisión. Nuestros niños y jóvenes han crecido pegados a las pantallas del televisor que, a la baja calidad de los programas, agrega el inconveniente de darles todo absolutamente hecho.
La televisión es, sin duda, el peor enemigo de la imaginación. La imagen y el sonido son elementos hechos, completos en sí mismos, que no dejan lugar a ninguna especulación. El mensaje audiovisual es lo que es y no le cabe nada más. Y no exige ningún esfuerzo de concentración, no requiere de ninguna interpretación que apunte más allá de la imagen presentada, con lo que, a los perjuicios que hemos señalado, hay que añadir también el fomento de la pereza intelectual, la fobia al pensar.
Con estas premisas es posible deducir que las generaciones que se levantan nunca aprenderán a leer y, si logran hacerlo superando la línea del menor esfuerzo que le presentan los adelantos de la electrónica en el campo audiovisual, se encontrarán entonces con el obstáculo del tiempo. No hay y cada vez queda menos tiempo para la lectura.
Las consecuencias de estas circunstancias se dejarán sentir muy pronto. Una vez desaparecidos los intelectuales de las generaciones existentes, los hombres con una cultura humanística amplia y profunda, se harán cada vez más raros. Ya ahora resulta difícil encontrar gentes que por lo menos conozcan la existencia del latín y del griego; es más, las obras clásicas de la literatura universal.
Habrá entonces, en días próximos, una crisis total de la actividad creadora en todos los campos: en la literatura, la música, la plástica, la arquitectura y, por qué no, hasta la ciencia y la investigación a nivel científico.
Siento un gran pesar por los niños de hoy. En el malentendido de que hacemos lo mejor por ellos al colocar a su alcance los logros de la moderna electrónica, los estamos privando de ejercitar su poder de fabulación, les estamos cerrando las puertas a su posible actividad creadora y estamos haciendo de ellos simples máquinas que sólo responden y responderán a los estímulos de la imagen televisada. Ellos, seguramente, tarde o temprano nos pasarán la cuenta y no tendremos con qué cancelarla.”
La deshumanización de la cultura
“Se predica en esta época de la electrónica, de la dictadura del computador, que el hombre de hoy no debe malgastar su tiempo en especulaciones filosóficas que a nada conducen; que la historia es una ciencia de cenizas, una secuencia infinita de frustraciones; que la literatura -poesía, teatro, novela-, es fruto de cerebros desequilibrados y que es imperdonable gastar tiempo siquiera en registrarlo. Lo único definitivo es lo que produce, lo que deviene en aparatos e instrumentos eficaces para el confort del hombre.
La apatía por las cosas del espíritu ha empezado a cundir. Y esto es el resultado de una labor metódica de desquiciamiento. De los programas de enseñanza media se han ido desterrando paulatinamente todas las materias que podían encauzar el surgimiento de la vocación humanística y acrecentando el énfasis en el bloque de las ciencias exactas.
Dicen quienes sustentan la nueva cultura: ¿Para qué le sirve a un médico, a un ingeniero, a un químico o a un físico, saber quién fue Mozart y escuchar su música o tener noticia de Dostoievski, de Thomas Mann o de André Gide, de Malraux, y leer sus obras? ¿Para qué se usan las humanidades, qué valor, qué sitio pueden tener en un mundo de hombres cuyo único deber ser es disfrutar del universo ilimitado de la máquina?
El hombre con mundo interior, con vida, con espíritu, no tendrá cabida en la Tierra del mañana. El nuevo habitante del planeta será el hombre de reacciones programadas, de cuyo enfrentamiento consigo mismo y con los otros estarán desterradas la emoción, la vibración, el sentimiento.
Parece, pues, que se nos viene encima, en un plazo menor del que esperábamos, ese mundo de pesadillas que creó la fantasía de Huxley en Un mundo feliz y el apocalipsis más terrible aún que describió Ray Bradbury en Fahrenheit 451, con el agravante desolador de que no habrá ya quien memorice las grandes obras de la literatura porque para este futuro próximo no quedará nadie siquiera con la sospecha de que un día existieron.”
El progreso del hombre
“¿Qué provecho trae conocer los anillos de Saturno a esos millones de seres humanos víctimas del hambre, en todas las latitudes de nuestro planeta? ¿Qué dirá de nosotros la historia de mañana? ¿Cómo explicaremos que disparamos al espacio miles de millones de dólares, mientras la pobreza y la enfermedad flagelaban sin misericordia a la porción más grande de la población del mundo?
Ante esta insensibilidad por los padecimientos del hombre de carne y hueso; ante esta despreocupación por la suerte del hombre cotidiano que sufre hambre, desnutrición, enfermedad; ante la indiferencia glacial de los países ricos por esa masa innominada que mal vive a espaldas de la cacareada civilización porque no sabe leer ni escribir, sólo cabe pensar que a los grandes del mundo sólo les importa la supervivencia de unos pocos y que para ello no vacilarán en sacrificar como ineptos a los que tienen como única pertenencia la necesidad de todo.”
Crisis de las humanidades
“¿Para qué sirve el estudio de las humanidades? Nada más ni nada menos que para capacitar al hombre para la vida. El gran error de los países altamente desarrollados está en pensar -y obrar en consecuencia- que la razón de ser del hombre en ese medio es el dominio y la explotación de la máquina con el derrotero único de lograr mayor tiempo libre para su confort, negando el componente de su vida interior. El estudio de las humanidades hace posible la construcción del mundo interior, del universo del alma donde se gesta la creación del universo exterior, del mundo de las cosas.”
(*) Director de la Revista “Desarrollo Indoamericano”, Universidad Simón Bolívar – [email protected]