miércoles julio 17 de 2024

Mi idilio con los libros ha sido paulatino: Toño Malpica

14 marzo, 2014 Libros

Por: Jorge Consuegra

(Libros y Letras)

Toño Malpica, nació en México D.F. en 1967. Estudió computación, pero pronto se dio cuenta de que era más feliz contando historias y tocando el piano. Ha publicado varias obras para niños y jóvenes, algunas de ellas con importantes galardones literarios. Editorial Norma ha publicado internacionalmente Siete habitaciones a oscuras, Billie Luna Galofrante y  Margot, la pequeña, pequeña historia de una casa en Alfa Centauri, esta última, ganadora del Premio Norma de Literatura Infantil y Juvenil 2011.

– ¿Los libros lo buscaron a usted o usted estuve siempre buscando libros?

– Ni una ni otra. Nos encontramos mutuamente. Como muchos saben, mi idilio con los libros ha sido paulatino. Primero, por supuesto, como lector, pero luego, y más intensamente, como autor. Creo que una comparación más exacta sería que nos tocó sentarnos en el mismo vagón del tren y tuvimos la suerte de caernos simpáticos.

– ¿Su infancia siempre estuvo rodeada de libros?

– No. No fui niño lector. En mi casa había pocos libros, y de esos pocos casi ninguno para niños. Lo que sí hubo en mi niñez -además, bastante alimentado por mis padres, hay que reconocerlo- fue fantasía, libertad, imaginación.

– ¿Qué libros recuerda muy especialmente en sus primeros años de vida?

– ¿Y si mejor hablamos de programas televisivos? Bueno… es que en realidad leía yo historietas, cómics. “La pequeña Lulú” y Charlie Brown, por ejemplo. Y tengo recuerdos muy gratos de esas historias, aunque estuvieran llenas de dibujitos. Tendría que decir que en realidad los libros, la literatura, llegó poco a poco a mi vida y comenzó al término de mi niñez, cuando iniciaba mi adolescencia. Fue Salgari quien recuerdo haber leído primero con un gusto genuino.

– ¿Cuáles fueron los temas de sus primeros cuentos?

– En realidad yo no empecé en las letras haciendo cuentos, como suele ocurrir. Yo me inicié como escritor en el teatro. Escribía comedias musicales con mi hermano Javier; el libreto siempre era de los dos, aunque las letras de las canciones siempre eran suyas. La música, por otra parte, siempre la componía yo. Y abordábamos múltiples temas, aunque casi todos eran tratados en tono humorístico.

– ¿Cuándo decidió por escribir relatos de largo aliento o novelas?

– Fue precisamente gracias a los largos descansos que me daba el teatro entre montaje y montaje (puesto que escribíamos nuestras obras para producirlas, no para tenerlas guardadas en el cajón, entre una obra y otra (dramaturgia, montaje, temporada) transcurrían meses completos). Así que, entre el aburrimiento y la experimentación, comencé a escribir cuentos, primero (no me gustó mucho, nunca he sido de ficciones cortas) y luego novelas, tanto para adultos como para chicos.

– ¿Cuál fue la primera novela que escribió?

– Una novela romántica para adultos que, por mala, sigue encerrada con veinte candados en el disco duro de mi computadora más vieja.

– ¿Siempre ha escrito para el público adolescente y juvenil?

– No. De hecho tengo obra para grandes, pero no me he sentido tan bien dentro de ese mundo como dentro del mundo de la LIJ. No obstante, es justo decir que todavía escribo para grandes, aunque de una manera más discreta. Aún siento que tengo cosas qué decir en literatura para grandes y por eso no pienso dejar de escribirla; aunque eso no signifique que sea bueno en ella.

– ¿Es un compromiso muy grande el haber ganado el premio de la Fundación Cuatrogatos?

– No lo siento así, la verdad. Un gusto enorme sí, pero no me siento comprometido con nada ni con nadie, afortunadamente, puesto que la novela la escribí con el mismo rigor y cariño con el que siempre he escrito.

– ¿Cuál es el tema central de su novela Soldados en la lluvia?

– Buena pregunta. Supongo que la reconciliación, con uno mismo y con otros.

– ¿Es complicado escribir para un público tan exigente como los lectores jóvenes?

– Tan difícil como puede ser el perder la solemnidad, arrodillarse para jugar a los carritos o al picnic, hacer caras chistosas frente al espejo. Todo tiene que ver con el dejar de tomarse en serio a uno mismo y acordarse cómo era eso de ser niño. Y disfrutarlo.

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