Apuntes para la memoria histórica
Por: Carlos Alberto Baena López
El peor desastre natural de la historia de nuestra nación, después del cual ya han pasado 30 años, hace que hoy, a pesar del tiempo, la palabra “Armero”, siga siendo sinónimo de dolor para muchas generaciones de colombianos
En la noche del miércoles 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz, que llevaba varios meses en actividad, expulsó gases y ceniza de manera violenta, produciendo una avalancha de lodo impulsada a más de 60 kilómetros por hora, destruyendo, en su totalidad al municipio de Armero, en el departamento del Tolima.
25 mil personas, aproximadamente, perdieron la vida esa noche, y decenas de miles más, quedaron sin hogar, pues la fuerza de la naturaleza acabó con todo lo que se encontró a su paso. Nada, quedó de aquel municipio.
Sin embargo, 30 años después, algo sigue latente en el imaginario de las personas de la región. Es la idea de que la tragedia se hubiese podido evitar. Hubo constantes alarmas que meses antes del incidente hicieron autoridades y expertos en temas ambientales, tanto geólogos, habitantes de la zona y hasta montañistas que frecuentaban el Nevado del Ruiz. Las autoridades locales y gubernamentales fueron alertadas de la creciente actividad volcánica del Ruiz.
Medios nacionales incluso realizaron reportajes anunciando la tragedia. Pero nada pasó. Ni las evacuaciones, ni los controles, ni las alertas, ni mucho menos la prevención o las medidas necesarias para estos casos, llegó.
Hay que recordar estos hechos, para tener presente el dolor del país, desde otra perspectiva. Recordar por ejemplo la valentía en el rostro de la pequeña Omaira, símbolo latente de la catástrofe; o la entrega y el valor de los rescatistas, que llegaron de todo el país para intentar con su ayuda mitigar el desastre; o las lágrimas de las familias de los desaparecidos, o la sosobra a la que se entregó por entonces, toda Colombia.
¿Algo se ha aprendido en este tiempo? Sin duda, pues la respuesta del Estado, aunque seguramente no tan eficiente como cada cual desearía, es otra frente a las tragedias y desastres naturales. Los sistemas de alertas tempranas, los monitoreos, los fondos de reconstrucción, las medidas gubernamentales, son una pequeña muestra de esos avances.
Haciendo pues de estas líneas, un pequeño homenaje a aquellas víctimas y a sus familias, deseamos, sinceramente, que no se repita la historia.