Conversemos en Paz: Humor político en la transición hacia la paz
Informe Especial.
Las sociedades que condenan el humor político renuncian a su poder transformador, desconocen la capacidad que tiene de impedir el fracaso colectivo y menosprecian esa “audacia serena, decorosa y correcta envuelta en el suave terciopelo de la ironía”, que describió Thomas Mann.
Ironía que, según la novelista británica Jane Austen, es la capacidad asombrosa de contradecir y desnudar verdades que deben decirse con una sonrisa para que no sean falsas y no nieguen la naturaleza humana. Ironía que es un antídoto eficaz contra la infelicidad.
Los conversadores
Tal podría ser el colofón del diálogo del Presidente de la República, Juan Manuel Santos, con el caricaturista Vladdo y Alexandra Montoya (humorista de ‘La Luciérnaga’), en el nuevo capítulo de Conversemos en Paz, serie del Canal Institucional auspiciada por la Autoridad Nacional de Televisión (ANTV), el domingo 22 de noviembre, a las ocho de la noche.
La naturaleza del humor político
La conversación –en la que participa también la periodista María Alejandra Villamizar, directora del Grupo de Pedagogía para la Paz de la Presidencia de la República– indaga por el papel del humor político en el fin del conflicto, la reconciliación y la construcción colectiva de la paz.
La transición previsible luego de la firma de los acuerdos de La Habana y de su refrendación mediante un mecanismo democrático, requerirá que el humor político estimule una mejor y más notoria masa crítica. Será necesario resignificar palabras, símbolos, conceptos y sentidos, pero también reinventar lenguajes, formatos y géneros del humor político.
La esencia del humor político es llamar las cosas por su nombre, poner los puntos sobre las íes, relativizar verdades inmutables, permear las conversaciones de dominio público y lograr que la opinión del humorista se convierta en un referente de las conversaciones cotidianas.
Los hechos, simiente del humor
El humorista no se inventa los hechos. Simplemente los toma, los interpreta y los recrea. Las referencias a la confianza o desconfianza en el proceso de paz parten de lo evidente.
El cambio de percepción sobre el compromiso de las partes con el proceso está atado a los resultados. Y por eso el escepticismo en la paz es en sí mismo un objeto del humor. Transformar su representación depende de que aparezcan hechos contundentes que generen confianza. El humorista no puede forzar la confianza en el proceso; simplemente registra su nacimiento y evolución.
En la construcción de la paz, como en toda acción colectiva, el humor político será contundente si se refiere a hechos y procesos ciertos, no a suposiciones o rumores; si no se inspira en el odio o la maledicencia; si no juega a complacer o hacer reír por hacer reír; si se atreve a decir lo que muchos no dicen o el poder no quiere oír y si rompe paradigmas y estereotipos.
El humor político tiene enorme capacidad de resiliencia, es decir, de adaptarse o reconocer actores, estados o situaciones intolerables en el pasado. Por ejemplo, darles visibilidad a guerrilleros que hoy están en la Mesa de Negociaciones de La Habana, porque en ese escenario se disipa enormemente la posibilidad de hacerle apología a la dimensión violenta del actor armado.
Las licencias del humor político
El humor político –que corre siempre el riesgo de caer en terreno de lo banal e insustancial– tiene licencias para hacer reír, aunque no para hacer el chiste por el chiste. Reír incluso de lo trágico, del dolor.
El humor político es un bálsamo cuando apela a los elementos de la tragicomedia que tiene el poder de exorcizar con dulzura los odios, los miedos y las penas, pero también de evitar el sarcasmo que por definición es un insulto o burla sangrienta o cruel.
El humor político tiene licencia para fingir que habla bien de un hecho o un personaje en cuestión, pero su función es mirar con lupa que no es lo mismo que desconfiar de todos, de todo y a toda hora.
El humorista, como el opositor político, tiene el deber de opinar sobre la paz con un discurso creíble, confiable y efectivo que no se congela en el tiempo sino que evoluciona porque toma nota de lo que está ocurriendo y hace un esfuerzo deliberado por entenderlo, retratarlo y transformarlo en lo que sea menester.
Sin maquillaje
El buen humor político no maquilla la realidad. Al contrario, actúa como una crema cosmética que limpia el rostro y lo muestra tal como es. Es como un espejo en el que nos miramos, sin anestesia, descubriéndonos como somos y no como queremos ser o creemos ser.
Porque no maquilla la realidad, el humor político devela nuevas identidades y roles, incluso sobre un mismo rostro. El abrazo en paz de quienes ayer fueron víctima y victimario en el escenario de la guerra debe ser narrado con la contundencia comunicativa que, por ejemplo, en su momento tuvo el reencuentro de Antonio Navarro y Álvaro Gómez Hurtado como presidentes colegiados de la Asamblea Nacional Constituyente.
En un contexto como ese, el humor político puede contribuir poderosamente a validar procesos de perdón y reconciliación, a desarmar los espíritus, a remover etiquetas y a despojar de solemnidad muchos hechos, gestos y símbolos que ayer parecían inamovibles.
El buen humor político permite que cada quien se ría de sus propias miserias, pone el acento en los hechos y no necesariamente en sus protagonistas o se vuelve un objeto de colección cuando para un gobernante, como el Presidente Santos ha dicho, lo valora como un polo a tierra de su gestión y de su liderazgo.
Una buena pieza humorística debe tener la capacidad de conmover, de remover cimientos, de interpelar, de producir cambios de conducta y de rumbo. Debe incitar a entender las causas estructurales del conflicto, la ocurrencia de las violaciones a los derechos humanos, la persistencia de la impunidad y la resistencia a las transformaciones sociales y económicas aplazadas por décadas.
Y no menos importante: el humor político puede contribuir al cambio de CHIP, a perderle el miedo a la paz, a acometer las transformaciones que se requieren para lograrla, a civilizar las pasiones políticas, a democratizar el debate público y a consolidar una opinión pública informada y participativa.
Sensibilidad de radar
El buen humorista –diría hoy el fallecido Alberto Acosta— vive con los ojos abiertos y los oídos despiertos. Necesita de una sensibilidad especial para auscultar en un gesto, por ejemplo, el punto de quiebre en un proceso. Lo experimentó Vladdo el pasado 23 de septiembre en el apretón de manos en La Habana entre el Presidente de la República y el Jefe de las FARC-EP.
Esa sensibilidad le permite identificar los extremos y reconocer los matices que hay entre ellos. Nada mejor para un humorista que los extremos. Siempre hace su agosto con ellos, evidenciando todo lo que está en contra. El recurso es la irreverencia que no es lo mismo que el insulto.