miércoles diciembre 18 de 2024

Usted, Ciro Guerra, ya hizo lo suyo

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Con El abrazo de la serpiente, Ciro Guerra recapitula con creces la historia del cine colombiano. Foto: Andrés Córdoba

Por: Ricardo Rondón Ch.

La Pluma & La Herida: 

El agua es la sangre de la selva, así como las piedras son las lágrimas de sus antepasados. (Wade Davis)

Esta aventura, camino estelar al Óscar, la de El abrazo de la serpiente, empezó con una búsqueda, como se gestan los descubrimientos que remiten curiosidades insondables, las de los alquimistas del medioevo por la piedra filosofal; las de los templarios de las cruzadas por el Santo Grial; las de los conquistadores españoles ebrios de poder y codicia por El Dorado, y en el capítulo que atañe a la película de Ciro Guerra, el ardoroso rastreo de dos científicos, el alemán Theodor Koch-Grünberg y el estadounidense, Richard Evans Schultes, quienes invirtieron gran parte de su vidas en la exploración y el descubrimiento de plantas medicinales y alucinógenas en las selvas sudamericanas, particularmente las de Colombia.

De los diarios de Koch-Grünberg –interpretado en la cinta por el actor belga Jan Bijvoet- tuvo noticia Guerra en 2010 (un año después del estreno de Los viajes del viento) por un amigo antropólogo. La fascinación por este documento centrado en la manigua amazónica colombiana, fue para el joven realizador de Río de Oro, Cesar, el despertar de una empresa riesgosa y titánica, como suelen revelarse las gestas novelescas o cinematográficas que se producen en la jungla: El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad; La vorágine, de José Eustasio Rivera; la trilogía sobre la conquista de la Amazonía: Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos, de William Ospina; o plasmadas en pantalla grande: Fitzcarralado y Aguirre o la ira de Dios, de Werner Herzog.

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El actor belga Jan Bijvoet en su interpretación del etno-biólogo alemán Theodor Kock-Grünberg. Foto: Liliana Merizalde

En el filo de los 34 años, con dos estupendas películas a sus espaldas, La sombra del caminante y Los viajes del viento, Ciro Guerra, egresado de la Facultad de Cine y Televisión de la Universidad Nacional, joven silente, modesto, con la singularidad de los provincianos en apariencia apendejados que despiertan envidia en el colegio cuando aventajan por kilómetros a sus condiscípulos sin aspavientos, se lanzó sin medir obstáculos ni presupuestos a esta aventura, la de El abrazo de la serpiente, de la mano de su esposa y productora Cristina Gallego, mujer de arraigada tenacidad y emprendimiento.

Los dos sabían de los riesgos que iban a tomar, de los peligros a los que se enfrentarían  a partir de dejar impresas sus primeras huellas en los terrenos anegados del Amazonas, el Vaupés y el Vichada. Pero no fue sino encender la mecha y todo fue fluyendo a favor. Que no quiere decir que no hayan tenido que librar batallas propias del misterio y del temperamento feroz de la jungla: torrenciales aguaceros de tres días seguidos, tarántulas y serpientes al acecho, siniestras sombras y chillidos de la noche, y hasta las dentelladas de un perro montañero que atacó a la encargada del vestuario.

Dos ángeles de la guarda con taparrabos de ceremonia: Antonio Bolívar (indígena ocaina) y Nilbio Torres (indígena cubeo), no sólo fueron protagonistas asignados a esta historia, sino que brindaron sus servicios de custodios y mentores, e intercedieron ante los jefes de sus comunidades para obtener el permiso de rodaje, ante la serie de engaños, desacuerdos y falsas promesas de las que sus hermanos raizales han sido objeto desde tiempos inmemoriales. Además que oficiaron de intérpretes cuasiadivinos en el babélico trasegar de la filmación, donde confluyeron media docena de idiomas y dialectos.

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Ciro Guerra y su equipo de rodaje superando las adversidades propias de la exuberante jungla. Foto: Andrés Córdoba

Hasta el dinero, tan esquivo en Colombia en estos trámites de la creatividad y la imaginación, fue apareciendo como las enredaderas, gracias al empeño, hasta el fondo y sin treguas, de Cristina Gallego: A Ciudad Lunar, la productora local, se unieron NorteSur (Venezuela), MC Producciones y Buffalo Films (Argentina), en asocio con Caracol Televisión y Dago García Producciones, con el apoyo de Ibermedia, Hubert Bals, entre otras productoras.

El rodaje estaba salvado, pero como citó Gibran Khalil: Vivir no es suficiente -dijo la mariposa-. Uno también debe tener una pequeña flor, sol y libertad. Y esos requisitos no podían estar más a disposición del equipo en eso que el arquitecto y naturalista colombiano Alberto Mendoza Morales bautizó con acierto como la Catedral Gótica de la Naturaleza, espléndida metáfora de la selva amazónica, ese pulmón del mundo que el Estado se ha negado a prestar atención, no obstante la catástrofe climática y ambiental que ya tenemos encima.

Si las poderosas vibraciones de la jungla en su perpetuo palpitar se inclinan por El abrazo de la serpiente en la gala de premiación de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, en Los Ángeles, el  28 de febrero; si el Mono de fuego del calendario chino hace estragos con la tómbola millonaria de los gringos ávidos de marketing y taquilla; si la conciencia colectiva a la hora del voto se inclina por lo escaso que queda del planeta azul; si el espíritu latente de los ancestros de Karamakate (Antonio Bolívar), el último uitoto, fluye esa noche en el breve espacio sideral del Teatro Dolby, donde se reparte la gloria de los Óscar, un colombiano como Ciro Guerra, criado entre mugir de ganado, cantos de vaquería y estrépito feliz de gallos espuelones, sería el primero en subir a recibir entre vítores, flashes y aplausos, la soñada estatuilla.

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Orgullo del cine colombiano

Bien se lo merece Ciro y Cristina su mujer, y Antonio y Nilbio, y todo el combo de actores y técnicos, auxiliares de cableo, apuntadores, modistas, maquilladores, vestuaristas, alimentadores, que le apostaron a esta aventura, tal y como el siglo pasado lo hicieron quienes inspiraron su historia: Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, cuando arribaron a los territorios sagrados de la Amazonía, luego de cruzar mares, montañas y cordilleras, pantanos suicidas y no menos caudalosos ríos, con el propósito de ubicar, entre miles de herbáceas, la “planta mágica del ensoñamiento y la lucidez, la hoja divina de la inmortalidad”, que tiempo después el hombre blanco en la desmesura de su poder y riqueza transmutó en cocaína, la más absurda y depredadora alquimia, nieve falaz de un imperio criminal sediento de oro, piel y sangre, el del narcotráfico y su arrasadora fuerza destructiva.

Cada cien años se registran hitos que demuestran que todo lo colombiano no es malo, a medias o torcido. Que cuando se quiere, se puede, por encima de la desventura, el pudor y la ausencia de oportunidades. Que en esta aldea macondiana no es difícil romper el conjuro de la estirpe de Cien años de soledad que no tendrá una nueva oportunidad sobre la tierra. Que más allá de la suerte, pretexto de los fracasados, está el trabajo a conciencia, el esfuerzo y la perseverancia. De modo que no se nos haga extraño que el genio y la sensibilidad de Ciro Guerra ingrese en la lista de los privilegiados:

Un Premio Nobel de Literatura como el de Gabriel García Márquez. Un Grammy anglo en las manos de Shakira. Un César Rincón de dos puertas grandes secándose el sudor y la sangre con el tricolor nacional bajo el cielo estrellado de Madrid. Un Nairo Quintana con humores de campiña boyacense empinado en el máximo pódium del Giro de Italia. Una curvilínea y voluptuosa Sofía Vergara acariciando con sus dedos brujos su estrella en el Paseo de la Fama. Y una versión criolla de Werner Herzog, Ciro Guerra, de smoking y cuello pajarita, dedicándole a Colombia y a su Karamakate en acción la rutilante estatuilla.

“Es difícil ganar”, ha dicho un modesto Guerra desde que se conoció la noticia de la nominación de El abrazo de la serpiente en la categoría de Mejor película en lengua no inglesa. Lo dice un profesional placeado en festivales, aquí y allá, que sabe el tejemaneje del mercado del cine norteamericano, el lobby de rigor con agencias y distribuidoras, y la competencia a ultranza con películas que críticos y especialistas ya dan por ganadoras, una de ellas, El hijo de Saúl, de Hungría, con un tema que toda la vida y por razones políticas y culturales ha seducido a la encopetada academia: el holocausto nazi.

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El profesor Richard Evans Schultes, en su exploración por el Amazonas. La foto ilustra la portada del libro El río, escrito por su discípulo, el también biólogo Wade Davis

Es difícil ganar, Ciro, pero no imposible. Usted lo ha subrayado. La lectura de su película obliga una mirada a lo único que puede salvar a la humanidad de la hecatombe prematura. Una mirada al fondo de ese reino exuberante que es la Amazonía, donde palpita la vida a toda hora más que en cualquier región del mundo, donde el espíritu del agua embellece las formas y hace traslúcida la sabiduría. Un territorio sagrado pero vulnerado y mancillado por la alevosía del hombre mal llamado civilizado. El planeta verde que, de manera irrespetuosa y desvergonzada, se le ha usurpado al nativo que creció y se formó de sus entrañas.

Si el Óscar no es para El abrazo de la serpiente, dese usted por bien servido, estimado Ciro. Lo cosechado hasta la fecha con su película, es más que suficiente, y con ello todos los colombianos nos sentimos satisfechos y orgullosos, desde su triunfo en Cannes en la Quincena de realizadores; los sonoros aplausos que aún hacen eco cuando la cinta fue nombrada el año anterior como la Mejor película en el Festival Internacional de Cine de Mar de Plata, en Argentina; igual en Lima y en San Sebastián. Y lo que le espera en Sundance y en Montreal en los próximos días.

Usted, Ciro Guerra, partió la historia del cine colombiano, aunque el cine colombiano aún no haya producido la “gran película”, solo “buenas películas”, como le oí decir hace unos años en un seminario de guion al mexicano Guillermo Arriaga de Amores perros.

Puede ser: “apenas buenas películas…”. La suya puede escaparse de ese renglón por todo lo logrado, por la preciosa fotografía que evoca los años dorados del gran Néstor Almendros, y a releerlo en su memorioso libro Días de una cámara; porque no todas las veces, ésta, la primera, una película que concursa entre más de ochenta del mundo, con tres preselecciones, es nombrada por Colombia en la competencia de Mejor película extranjera. Usted, Ciro, ya hizo lo suyo. Déjele el resto a los dioses tutelares de Karamakate.

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La preciosa fotografía de El abrazo de la serpiente, uno de los grandes logros de la premiada cinta y ahora nominada al Óscar, escrita y dirigida por Ciro Guerra. Foto: Liliana Merizalde

Acabo de leer un libro que tiene que ver con todo lo anterior. Un libro voluptuoso de 639 páginas que aprovecho para recomendar, antes o después de ver El abrazo de la serpiente. Se trata de El río (Fondo de Cultura Económica y El Áncora Editores), de Wade Davis, discípulo aventajado de Richard Evans Schultes, con traducción impecable del poeta Nicolás Suescún.

Se trata de una memoria fascinante por los linderos y afluentes de la Amazonía, que narra con lujo de detalles los derroteros del intrépido biólogo norteamericano, su pasión por la vida y por lo desconocido, su afán desmedido de investigación, de selección y recolección de plantas exóticas y de inimaginables herbarios, en fiel complicidad con las costumbres y la sabiduría de docenas de tribus de Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Venezuela, pero esencialmente Colombia.

El río, que lleva como subtítulo: Exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica, debería ser ahora mismo -ante tanto bodrio manipulado por el descarado y redondo negocio de la educación-  un texto obligado en colegios y facultades de Sociología, Humanidades, Ciencias Naturales, Botánica, Biología y Geografía. Evans Schultes, como lo describe su autor, era un santo, sólo que la iglesia lo ignoró.

Lo era, porque desprendido de todo artificio material, con un morral de lona a las espaldas, repelente, suero antiofídico y muchas libretas de apuntes, se dedicó a estudiar el legítimo imperio de la vida, el de la madre naturaleza que se nutre del agua, que es la sangre de la tierra, y que surca en su tránsito las enormes piedras, al decir de Davis, las lágrimas de sus antepasados.

Fue de tal vehemencia su amor y arraigo por esta prodigiosa porción del hemisferio, que en diciembre de 1983, el entonces presidente Belisario Betancur le impuso en la solapa la máxima decoración civil que concede la república, la Cruz de Boyacá, por su enorme e infatigable tarea de revitalizar la investigación del país en el capítulo de las ciencias naturales.

Hombres como usted -pronunció el presidente-poeta, refiriéndose al homenajeado- han exaltado los humildes productos de la mente humana y de la obra de Dios. Usted ha magnificado el valor de la humanidad.

Y usted, Ciro Guerra, con su bella y conmovedora metáfora cinematográfica, El abrazo de la serpiente, también le ha rendido un hondo y sentido homenaje.

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