Gabo, periodista
En su adolescencia se mudó a Bogotá, donde terminó sus estudios secundarios y empezó derecho, carrera que nunca finalizó. Su pasión por la escritura era más fuerte. Decidió dedicarse al periodismo y dio sus primeros pasos como cronista en el diario El Universal y El Heraldo de Barranquilla. Recorrió casi toda Colombia buscando historias.
Muchos años después diría: “Aunque se sufra como un perro, no hay mejor oficio que el periodismo”. El intelectual -también aficionado a la pintura y a la música- fundó su propia organización periodística (la FNPI), compró una revista (Cambio) y creó instituciones dedicadas al cine como la famosa Escuela de los Baños, en Cuba.
En 1955 fue a Europa como corresponsal del diario El Espectador. Estuvo en Ginebra, París, Roma, Checoslovaquia, Polonia, Rusia, Ucrania. En ese tiempo alternaba su trabajo de periodista con la preparación de su legendario cuento largo, o novela corta, El coronel no tiene quien le escriba.
Se instaló en París y ahí tuvo que vivir de “milagros cotidianos”. En la ciudad luz recogió botellas, revistas y periódicos viejos para obtener a cambio unos cuantos francos. Luego de su paso por Europa, se radicó en Caracas, y se casó con Mercedes Barcha. En Bogotá fundó la agencia cubana de noticias Prensa Latina.
En 1961, se instaló junto a Barcha y su pequeño hijo, Rodrigo- que entonces tenía dos años- en Nueva York, donde ejerció como corresponsal de Prensa Latina. Al poco tiempo se trasladó a México, donde nació su segundo hijo, Gonzalo.
El máximo exponente del realismo mágico- género literario que muestra lo irreal o extraño como algo cotidiano o común- se vio influenciado en su escritura por Ernest Hemingway, James Joyce, y Virginia Woolf, pero, sobre todo, por William Faulkner, al que definió como su “maestro” en su discurso al recibir el Nobel.
El mundo de las letras y del periodismo llora hoy la pérdida de uno de sus maestros, pero los mundos mágicos y reales permanecerán en cada uno de sus lectores.