Gabo al infierno por demócrata y liberal
Por Horacio Serpa
El uribismo “peló el cobre”. La señora Cabal mostró de cuerpo entero una forma de ser en política: arrasar a los infieles. Todo disidente es enemigo y satánico. El fin sin importar los medios.
Ojo, mucho ojo, porque puede regresar la inquisición. Si la gloria del Maestro no impidió que lo mandaran al infierno, que esperar para los simples mortales. El regreso de la motosierra, de los falsos positivos, de las desapariciones, de los hornos crematorios, de los fusilamientos “mientras llega la orden”. No es un decir, no es una fantasía, no son cosas de Macondo, ya ocurrieron aquí, entre nosotros, no hace mucho, en este mundo de locura y de furias desatadas que sufrió el propio García Márquez.
Al Nobel lo persiguieron, lo espiaron, lo iban a detener, porque pensaba que la guerra es una desgracia, porque siempre quiso contribuir a lograr la convivencia en su país. No le perdonaban su pensamiento liberal, sus críticas a la barbarie, su asco por la violencia -viniera de donde viniera-, ni la admiración que le profesaba Fidel Castro, quien más que muchos colombianos supo apreciar su genio y su condición de grande hombre de América.
En el momento supremo de su muerte, cuando Colombia se había apropiado de su gloria, surgió desde la pequeñez intelectual, desde la ruindad del alma, una glosa que consagra la concepción democrática del Maestro. Al infierno con Gabo, con su pensamiento progresista, con toda su asquerosa democracia y con esa repulsiva actitud hacia la paz en un país donde el cielo uribista solo está destinado a los que utilicen el fusil en cambio de la razón y a los que tengan como propuesta ideológica lograr la derrota de un Presidente que tuvo la osadía de reconocer la existencia de una guerra cruel que ya lleva más de medio siglo de miedos y de ruinas.
La infame agresión no fue insular. Fue la expresión de todo un conjunto de personas que piensan lo mismo, actúan lo mismo, buscan lo mismo, para lo cual se han agrupado en busca del poder público. Ya lo tuvieron, por bastante tiempo, pero no fue suficiente para el arrasamiento total. Hay que volver a las andanzas, ahora con mayor tino, con mayor decisión.
El homenaje que los colombianos debemos a García Márquez es el logro de una auténtica democracia en la que no exista delito de opinión y se respeten todas las ideas, todas las confesiones religiosas, todas las expresiones políticas democráticas. Es la paz que anheló, que luchó, y a la que siempre quiso servir. Es poner fin a este infierno de maldades, de destrucción, de persecuciones, de señalamientos, de injusticias que sufrimos por culpa de tanto extremismo y de tanta estupidez. Una vez lo lograron, pero ahora no pasarán.