Un paso gigantesco UNO Y DOS
Por Augusto León Restrepo
UNO
Claro que quienes somos defensores a ultranza de LA VIDA, así con mayúsculas, celebramos y estamos de júbilo por el cese bilateral y definitivo del fuego que se pactó ayer en La Habana entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc-EP. Lo esperábamos y lo prohijamos desde esta columna, por considerar que si había sinceras intenciones de las partes por acabar con el conflicto armado más añoso del mundo, las muertes inútiles no deberían presentarse más en los ya desolados campos colombianos. La sangre de los soldados y los guerrilleros que costó el enfrentamiento, había que cauterizarla. La guerrilla, sus comandantes, reconocieron que la lucha armada fue infructuosa para obtener reivindicaciones sociales, unas justas y otras no tanto, y la mayoría fantasiosas. Que la confrontación política sin armas, la controversia democrática es el camino civilizado para proseguir en el proselitismo de sus creencias sobre lo que debe ser el Estado en que nos desenvolvemos civilmente sus habitantes. No más fusiles que vomiten fuegos letales, ni minas criminales, ni secuestros abominables, ni falsos positivos ni bombardeos indiscriminados. Los fierros de la subversión, para escultóricas y monumentales figuras que nos recuerden cuando las contemplemos los dolores y padecimientos de la guerra y nos insten a mantener por todos los medios el diálogo y el entendimiento para saldar nuestras diferencias. Las armas institucionales, para combatir sin tregua a quienes persisten en el terrorismo como manifestación para que sus propósitos oscuros se alcancen y se realicen. Nuestros soldados y policías, merecen todos los honores y reconocimientos. Merced a sus innominados integrantes que entregaron su vida en el fratricida enfrentamiento, hoy podemos, con esperanza infinita, pensar en una Colombia en la que, después de tantas lágrimas y padecimientos, la paz tenga su imperio y la muerte no vuelva a aparecer en nombre de inalcanzables y utópicas banderas. Por eso, hay que atender al reto del futuro. Lo de ayer en La Habana es un paso gigantesco. El cese del conflicto armado, no nos cansamos de repetirlo, es la cuota inicial de la paz. Pero la complejidad del proceso, nos obliga a ser cautos y realistas. Hasta que no se firmen los acuerdos finales y se surtan todos los procedimientos establecidos, en especial los relativos a la dejación de las armas por parte de las Farc, la obra no estará concluida. Para ello requerimos que todos, todos, los acompañemos y vigilemos para que por ningún motivo se de al traste con el tan enjundioso y elaborado trabajo que han logrado los intervinientes de ambas partes, en la mesa de La Habana.
DOS
A quienes son críticos acerbos del proceso, el Estado colombiano debe cobijarlos y protegerlos. Sin descalificaciones pugilísticas hay que controvertirlos. La oposición es cortapisa legítima para los desbordados triunfalismos. Yo les creo a sus militantes que no son enemigos de la paz, lo que sería contra natura, si no de la metodología que ha sacado adelante la cesación del fuego y la dejación de armas por parte de las Farc, que como lo expresó el Presidente Santos, ayer dejaron de existir. Para nosotros, aquellos están equivocados en sus planteamientos, porque entre otras razones, sus propuestas fueron derrotadas electoralmente en las últimas contiendas. Triunfaron las que predicaban el diálogo y las conversaciones y a quienes así nos manifestamos nos deben reconocer y respetar el derecho a que nuestros sueños se vuelvan realidad. Pero hay que tenderles la mano cada vez que se pueda y que se dejen. Porque si bien Juan Manuel Santos se ha jugado su capital político, su favorabilidad en las encuestas y su renombre en las redes sociales y que su tesón y su entrega hoy obtienen tan positivos resultados, estos han dejado de ser su logro personal, para convertirse en un propósito nacional, incluyente y generoso. Ayer estuvieron sus oponentes más contestatarios que nunca y ocuparon cuanta tribuna libre les ofrece el sistema para exponer sus híspidas opiniones. Sin embargo, como la realidad es tozuda, ya hay voces serenas que invitan a la aceptación de una realidad política que es irreversible y que aconseja una prudencial espera en el desarrollo de los acontecimientos para recomponer sus posiciones hirsutas y descompuestas. El ambiente hay que airearlo y las crispaciones hay que reducirlas a sus justas proporciones. Desde ayer, hay que engrosar las filas del Partido de LA VIDA e incitar a la concordia, al perdón y a la reconciliación.
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