Un auténtico ejemplo de superación
Río de Janeiro, 08 de agosto_ RAM_ Mientras está presionado en vísperas de una competencia, como la que le representó su medalla de oro olímpica y segunda en su historia, Óscar Figueroa es callado, introvertido y distante, especialmente con los periodistas, con quienes tiene un pacto de no entrevistas, hasta después de terminadas sus competencias.
Por los pasillos del edificio 29 que ocupa Colombia, en la Villa Olímpica, de Río, entre los pisos quinto y décimo, su figura seria y rígida, por la ansiedad, se paseó en los días previos a la competencia, sin compartir demasiado con nadie.
La víspera del día señalado llegó hasta la habitación 603, saludó, porque jamás pierde su cortesía, ni en los momentos de mayor presión, a quienes comparten el apartamento y se encerró en su habitación, para descansar toda la tarde. En la noche salió y con la misma seriedad de siempre pasó junto a todos y los saludó en silencio, fue a pesarse, luego a un sauna y después volvió a la habitación, para encerrarse de nuevo, hasta el otro día.
Figueroa es un auténtico ejemplo de vida, porque cuando tenía nueve años de edad, debió salir de su Zaragoza natal, en Antioquia, para buscar, primero esquivar la muerte y, segundo, nuevos horizontes, acompañado de su madre, Hermelinda Mosquera, y de sus tres hermanos, para dirigirse a Cartago, en el Valle del Cauca, por culpa de los enfrentamientos entre paramilitares y guerrilleros y las casi inexistentes opciones de supervivencia.
El deporte fue su escape a la difícil situación que debió vivir en su nueva tierra: practicó fútbol, baloncesto, natación y hasta kárate, antes de dedicarse de lleno al levantamiento de pesas, siguiendo el consejo de un profesor de educación física en el colegio, quien ponderó su compacidad y musculatura, y unas visibles ganas de convertirse en figura.
A partir de ese momento fue el deporte una forma de vida para Oscar, aun durante el periodo de prestación del servicio militar, porque logró algunos permisos, para visitar el gimnasio, con el objeto de complementar su formación.
Luego de ganar incontables pruebas nacionales e internacionales, llegó a la cuna del olimpismo, Atenas en 2004, para hacer su estreno en unos Olímpicos, en los cuales arañó y hasta compartió la medalla de bronce en los 56 kilogramos, al finalizar quinto, con los mismos registros del turco Sedat Artuc, quien inclinó la balanza a su favor para la presea, por menos peso corporal.
Antes de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, en el 2006, fue segundo en los Centroamericanos y del Caribe, en Cartagena, en la división de los 62 kilogramos.
Seguro de ganar la medalla que se escapó en Atenas, llegó a Beijing en 2008, pero vivió un drama que toda Colombia sufrió: se lesionó de su muñeca izquierda y cuando intentaba levantar la pesa, la mano no le respondió y no pudo registró resultado.
En ese momento su entrenador era el búlgaro Gantcho Karouskov, con quien peleaba continuamente por sus actitudes dictatoriales. Separado de él fue acogido por Jaiber Manjarrez, quien se convirtió en su manejador a partir de 2009.
Guadalajara 2011 fue la siguiente meta de Figueroa y como un anticipo de lo que pasaría en Londres 2012, luego de dos intentos fallidos, logró levantar, en el tercero y último, 177 kilos para conquistar la medalla de oro, esa que repitió el año pasado en Toronto 2015, cuando repitió oro panamericano.
Después de Guadalajara vendría Londres 2012, su consagración como medallista de plata y recordista olímpico en el envión de los 62 kilogramos, el logro que le abrió el camino para un nuevo Ciclo Olímpico camino a Rio 2016, donde este lunes, cuatro años después, alcanzó su segunda hazaña olímpica y ratificó que alcanzó la plena madurez deportiva y personal.