No están solos; somos muchos los que los acompañamos en este paso hacia la reconciliación: Papa Francisco
Por: Guillermo Romero Salamanca
En su primera intervención, al iniciar su visita oficial a Bogotá, el Papa Francisco le dijo a los colombianos: “No están solos; somos muchos los que los queremos acompañar en este paso hacia las reconciliación”.
Dos emotivos discursos, el del presidente Juan Manuel Santos y el del Papa Francisco en este saludo protocolario que han tenido en la Plaza de Armas del Palacio de Nariño.
El pontífice animó al pueblo colombiano a “poner la mirada en los excluidos y marginados”, y aseguró que Colombia necesita la participación de todos “para abrirse al futuro de la esperanza”.
Frases que llegaron al corazón, no sólo de los 1.500 asistentes al lugar, sino a los 140 millones de televidentes que siguen cada uno de los sucesos de esta visita a Colombia. “Con fe y esperanza se puede construir un país, Colombia es un país bendecido y rico por la calidad humana de sus gentes. Se necesitan leyes para involucrar a todos, la inequidad es la raíz de todos los males sociales. Les pido que miren a los ojos de los pobres”, quedaron en las mentes de los asistentes.
“Cada una de las expresiones del Papa Francisco será seguidas y estudiadas no solo en estos días de visita, sino también en días posteriores”, manifestó Eduardo Peña, de vice rectoría general de pastoral de la Universidad Minuto de Dios.
Por su parte el presidente Juan Manuel santos agradeció al Papa Francisco su visita a Colombia y por el estímulo a dar el primer paso para reconciliarnos. “En Colombia las armas se funden para dar paso a un nuevo país, necesitamos vencer los odios con la fuerza maravillosa del amor, necesitamos rescatar la memoria y necesitamos reconciliarnos entre todos los colombianos, pido su bendición apostólica para todos los colombianos”, manifestó el presidente.
El Papa llegó hacia las nueve de la mañana y hablará a los jóvenes y luego en la tarde estará en el parque Simón Bolívar donde oficiará una santa misa para unas 800 mil personas.
Los pronunciamientos los hizo en el discurso que pronunció en la Casa de Nariño, donde fue recibido como Jefe del Estado Vaticano por el presidente colombiano Juan Manuel Santos.
El Papa consideró este viaje a Colombia como un aliciente para los colombianos “un aporte que allane el camino hacia la reconciliación y la paz”.
“Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia”, puntualizó Francisco.
En su saludo, el presidente Santos le dijo al pontífice: Confiamos en que su visita abra el corazón y las mentes de los colombianos a la paz que ahora estamos construyendo”.
Colombia es el único país del mundo donde hoy las armas se están cambiando por las palabras, destacó Santos, pero agregó: De nada vale silenciar fusiles, si seguimos armados en nuestros corazones y aún nos vemos los unos a los otros como enemigos.
El pontífice, quien centró sus palabras en la paz, el respeto a la vida humana y la reconciliación, aseguró que Colombia requiere de “leyes justas” que garanticen no solo la armonía y ayuden a superar los conflictos, sino que permitan resolver las causas estructurales que “generan exclusión y violencia”.
“Aprecio los esfuerzos que se han hecho a lo largo de las últimas décadas para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año se ha avanzado de forma particular. Los pasos dados hacen crecer la esperanza en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Es un trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo de unidad de la Nación y a pesar de obstáculos, lograr la convivencia pacífica y cultural (…) Hay que colocar a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común”, aseguró el pontífice.
Francisco llegó este jueves a la plaza de Armas de la Casa de Nariño, donde fue recibido por niños, diplomáticos y decenas de invitados, quienes aguardaban por su visita en la Plaza de Bolívar. Durante su intervención, manifestó que el país necesita la participación de todos “para abrirse al futuro de la esperanza” y dijo que con fe y esperanza “se pueden superar numerosas dificultades y construir un país que sea patria y casa para todos los colombianos”.
En su discurso, el papa agradeció la invitación del presidente Juan Manuel Santos a visitar el país “en un momento particularmente importante de la historia”, al tiempo que dijo que venía a Colombia “siguiendo la huella” de sus predecesores, Pablo XI y Juan Pablo II: “Como ellos me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe y la esperanza”, indicó.
Hizo referencia también a la biodiversidad de Colombia y aseguró que el país es “una Nación bendecida de muchísimas maneras”, entre ellas por una naturaleza prodiga y su exuberante cultura. “Qué bueno ha sido el Señor al regalarles la riqueza de la flora y la fauna (…) Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes. Hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso, gente con tesón y valentía para sobrecogerse a los obstáculos”, agregó Francisco.
El papa señaló que los esfuerzos por alcanzar la paz deben hacer a la sociedad “huir de la tentación de venganza, de intereses particulares y a corto plazo”. Instó a la Nación a empeñarse en “sanar las heridas, construir puentes y ayudarnos mutuamente”. De acuerdo con Francisco, en el lema del escudo de Colombia, ‘Libertad y orden’, se encierra toda una enseñanza de ciudadanos que deben ser valorados en su unidad y protegidos por un orden estable.
“Se necesitan leyes justas que puedan garantizar armonía y ayudar a superar los conflictos que ha superado esta Nación por décadas. Leyes que no nacen de una exigencia pragmática, sino del deseo de resolver las causas estructurales que generan exclusión y violencia. Solo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a una sociedad. Y que abre paso a otras crisis”, declaró el pontífice.
Discurso del Santo Padre
Señor Presidente,
Miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Señoras y señores.
Saludo cordialmente al Señor Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le agradezco su amable invitación a visitar esta Nación en un momento particularmente importante de su historia; saludo a los miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático. Y, en ustedes, representantes de la sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en estos primeros instantes de mi Viaje Apostólico.
Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san Juan Pablo II y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos.
Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno ha sido el Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora y fauna en sus selvas lluviosas, en sus páramos, en el Chocó, los farallones de Cali o las sierras como las de la Macarena y tantos otros lugares. Igual de exuberante es su cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón y valentía para sobreponerse a los obstáculos.
Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
El lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una enseñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y la deja siempre a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202).
En esta perspectiva, los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. En la diversidad está la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. También detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples tareas. Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza.
La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—.
Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptación del premio Nobel, 1982).
Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza… La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz.
Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia.