La guerra por televisión
Por Augusto León Restrepo
Me han dicho que deje de ser tan obsesivo con las ideas de que la vida es sagrada y de que la Paz es un derecho de rango superior, que debería subsumir todo aquello que impida su consolidación. Es decir, en insistir en que con el fin de obtener una paz estable y duradera, cuyo sustrato fundamental es el NO a la muerte por motivo alguno, quienes están llamados a abrir caminos políticos y legales deberían abandonar sus actitudes subalternas y sus obsesiones por devolver la historia y asumir posiciones definitorias para alcanzar tan altos designios.
Pero no. Nos produjo grima y dolorosa desilusión el contemplar el irresponsable ausentismo de algunos congresistas que hasta el mes de noviembre acompañaron el proceso de paz y las negociaciones de La Habana entre el Estado y las Farc, para dinamitar esos propósitos de ostensible trascendencia. Y las motivaciones que tuvieron para hacerlo, que no fueron otras, todo parece indicar, que presionar al gobierno para que se amplíen cuotas burocráticas o se cumplan promesas presidenciales aplazadas en diversas regiones, que les permitan a sus parlamentarios cojines de seguridad para adelantar las campañas electorales tendientes a su reelección, solo producen desprecio por quienes así procedieron. O si buscaron reacomodos en agrupaciones opuestas a los acuerdos donde creen que serán bien recibidos por su transfuguismo irracional de los campos de la paz a las carpas ilusoriamente victoriosas de quienes predican hacer trizas un logro cuyos alcances están a la vista, en ausencia de víctimas y en aires de sincera reconciliación entre otros, ese sí que es un proceder deleznable.
Y como una bofetada recibimos cuando vimos los abrazos eufóricos y oímos los pupitrazos con que algunas bancadas del Congreso celebraron la derrota del proyecto con el que se pretendía que las víctimas del conflicto armado, víctimas de las Farc, del paramiitarismo, del Estado, en esta confrontación que si no se hubiese cerrado sería la guerra mas larga en la historia contemporánea, tuvieran su representación en la Cámara de Representantes. Que de alguna manera habrá que enmendar, porque el futuro debe ser de las víctimas. Ese miedo cerril de los políticos y de parte de la opinión pública a la presencia en el escenario democrático de las Farc, al creer que todo va a acabar en sus manos, es errática y perversa. Hay que enfrentar sí, a las Farc, con ideas y propuestas magnéticas. Y no satanizar a las víctimas. Deben existir métodos que las descontaminen de las Farc y organizaciones de ellas ajenas a cualquier sospecha. Proporcionarles esa posibilidad representativa es una obligación política que debe contemplarse por encima de legalismos y enredos jurídicos que en vez de solucionar lo que es justo y claro, lo confunden y enredan.
Ante estos palos en la rueda del proceso de paz, no por esperados y anunciados, graves y obstaculizadores, hay que tener presente la imprecación de Yolanda Perea, vocera de la Mesa Nacional de Víctimas, al conocer el hundimiento en el Congreso de las circunscripciones de Paz. “Quienes se oponen a la paz en Colombia es porque vieron la guerra por televisión”.